18.LDNM
- Sep-Oct 2005
Cine
Agat Films. Cooperación frente a jerarquía
Ángel Luis Lara
Agat Films es un colectivo francés de productores de cine nacido en 1993. Su experiencia es la de una fábrica de películas en la que importa tanto el contenido de las imágenes como la forma en la que éstas se producen.
Críticos de lo existente y apasionados de la diversidad, los componentes de Agat Films son una tribu que desentona en el mercantilizado panorama cinematográfico contemporáneo. Su cabeza más visible es Robert Guédiguian, uno de los cineastas franceses contemporáneos de mayor renombre gracias a películas como Marius y Jeannette (1996), La ciudad está tranquila (1999) o Al ataque (2000), que forman parte de una filmografía apegada a la ciudad de Marsella y a la vida de la gente humilde y sencilla.
Si uno llega a la factoría de Agat Films en París un miércoles por la tarde, enseguida entiende la filosofía del proyecto. Todos los miércoles, a eso de las seis y media, los seis productores que dirigen la empresa se reúnen para discutir y tomar decisiones de manera colectiva y colegiada. “Agat no es solamente un colectivo de producción, sino una forma colectivista de producir”, nos dicen. En esas reuniones uno puede encontrar desde los más viejos y pioneros de la iniciativa (Robert Guédiguian e Yvon Davis) al más joven (Dominique Barneaud), pasando por los que se subieron al tren hace ya algunos años y no se han bajado desde entonces (Patrick Sobelman, Blanche Guichou y Nicolas Blanc). Gran parte de la culpa del espíritu del proyecto la tiene Guédiguian. Al menos, cuando uno pregunta por el asunto, todos los demás lo señalan con el dedo: “Robert ha estado siempre involucrado en prácticas colectivas. Sus películas nos hablan de ello, pero su actividad cotidiana también. Para él hacer una película supone preguntarse por el modo o los medios con que se rueda, por la economía en la que se inscribe o por la relación con los demás. Si alguien ha integrado con armonía las relaciones entre el contenido de sus películas y los medios con los que las rueda, es él”, comenta Patrick Sobelman.
Precisamente, esa relación entre el contenido y la forma de lo que producen parece ser uno de los elementos claves de la lógica que guía la actividad de Agat desde hace doce años. Una concepción abiertamente crítica del mercado es otro de los componentes fundamentales: “lo que es seguro es que no sabemos hacer cine comercial, sino películas humanas en las que nos gusta reconocernos ideológicamente y en las que podemos encontrar una conciencia ciudadana”, apunta Blanche Guichou. Agat supedita la lógica comercial a una apuesta por la transformación de las dinámicas predominantes en el cine contemporáneo: “Hoy en día el productor es más un gestor del dinero de los demás que otra cosa, pero hay diferencias notables que se derivan de la relación que se establece con el realizador. La apuesta de un productor independiente es luchar por la existencia de películas que el mercado no quiere o, más exactamente, que algunos pretenden hacernos creer que el mercado no quiere. Ahí es donde el oficio de productor resulta apasionante. Apoyar un proyecto en el que creemos e imponer un viento contrario al mercado es lo que hace que este trabajo pueda ser creativo”, comenta Sobelman.
Agat Films puede parecer una anomalía en el panorama de la producción cinematográfica, pero no se trata de una experiencia marginal. Su catálogo cuenta con más de 200 referencias, algunas de ellas premiadas en numerosos festivales de cine. Solamente en 2004 produjo 28 títulos entre documentales, largometrajes de ficción, emisiones científicas de televisión y películas de animación.
Michael Saint-Jean, importante distribuidor de películas en el país vecino, lo tiene claro: “Los de Agat son verdaderos agitadores de ideas, gente que se arriesga y cree en el poder del cine”.
Si uno llega a la factoría de Agat Films en París un miércoles por la tarde, enseguida entiende la filosofía del proyecto. Todos los miércoles, a eso de las seis y media, los seis productores que dirigen la empresa se reúnen para discutir y tomar decisiones de manera colectiva y colegiada. “Agat no es solamente un colectivo de producción, sino una forma colectivista de producir”, nos dicen. En esas reuniones uno puede encontrar desde los más viejos y pioneros de la iniciativa (Robert Guédiguian e Yvon Davis) al más joven (Dominique Barneaud), pasando por los que se subieron al tren hace ya algunos años y no se han bajado desde entonces (Patrick Sobelman, Blanche Guichou y Nicolas Blanc). Gran parte de la culpa del espíritu del proyecto la tiene Guédiguian. Al menos, cuando uno pregunta por el asunto, todos los demás lo señalan con el dedo: “Robert ha estado siempre involucrado en prácticas colectivas. Sus películas nos hablan de ello, pero su actividad cotidiana también. Para él hacer una película supone preguntarse por el modo o los medios con que se rueda, por la economía en la que se inscribe o por la relación con los demás. Si alguien ha integrado con armonía las relaciones entre el contenido de sus películas y los medios con los que las rueda, es él”, comenta Patrick Sobelman.
Precisamente, esa relación entre el contenido y la forma de lo que producen parece ser uno de los elementos claves de la lógica que guía la actividad de Agat desde hace doce años. Una concepción abiertamente crítica del mercado es otro de los componentes fundamentales: “lo que es seguro es que no sabemos hacer cine comercial, sino películas humanas en las que nos gusta reconocernos ideológicamente y en las que podemos encontrar una conciencia ciudadana”, apunta Blanche Guichou. Agat supedita la lógica comercial a una apuesta por la transformación de las dinámicas predominantes en el cine contemporáneo: “Hoy en día el productor es más un gestor del dinero de los demás que otra cosa, pero hay diferencias notables que se derivan de la relación que se establece con el realizador. La apuesta de un productor independiente es luchar por la existencia de películas que el mercado no quiere o, más exactamente, que algunos pretenden hacernos creer que el mercado no quiere. Ahí es donde el oficio de productor resulta apasionante. Apoyar un proyecto en el que creemos e imponer un viento contrario al mercado es lo que hace que este trabajo pueda ser creativo”, comenta Sobelman.
Agat Films puede parecer una anomalía en el panorama de la producción cinematográfica, pero no se trata de una experiencia marginal. Su catálogo cuenta con más de 200 referencias, algunas de ellas premiadas en numerosos festivales de cine. Solamente en 2004 produjo 28 títulos entre documentales, largometrajes de ficción, emisiones científicas de televisión y películas de animación.
Michael Saint-Jean, importante distribuidor de películas en el país vecino, lo tiene claro: “Los de Agat son verdaderos agitadores de ideas, gente que se arriesga y cree en el poder del cine”.
Robert Guédiguian:
«Me gustan las bandas»
«Me gustan las bandas»
Las películas de Robert Guédiguian se estrenan regularmente en nuestro país. Menos conocida, sin embargo, es su faceta de productor en el seno de Agat Films.
El colectivo
"Es demasiado duro trabajar aislado en un rincón. La verdad es que yo no sé hacer nada solo, me gustan las bandas. Cuando escribo, por ejemplo, necesito de la colaboración de otros para avanzar. Siempre tengo esta idea de tribu, de hacer las cosas junto a los amigos. En Agat todos los socios somos iguales, metemos todo en un bote común, tanto los éxitos como los fracasos. Se trata de un funcionamiento que tiene un sentido claro para nosotros: Agat es una empresa militante. Producimos películas contra el mercado, para cambiarlo. Cada película que producimos es una pequeña cooperativa en la que se comparte todo. El colectivo nos ofrece la libertad de no tener que rendir cuentas más que ante aquellos que lo componen".
Defensa de la diversidad
"Todo poder soporta mal las diferencias. Los modos de consumo en las sociedades occidentales son idénticos y tienden a crear un tipo único de consumidor medio. Pasolini ya habló de esto en los años sesenta. Se trata de hacer pasar a todo el mundo por una historia que es la misma para todos, y que está dominada por los grupos que ostentan el poder. Pasolini llamó a ese proceso de centralización progresiva ‘el nuevo fascismo’. En este sentido, creo que la función de un cineasta debe ser meter el dedo en la diferencia, en las dudas y las contradicciones, no producir nunca imágenes a la moda. En Agat alimentamos el culto a la diversidad y el principio de la no jerarquía de géneros. En nuestro trabajo entre lo real y lo imaginario, esta diversidad ofrece una dimensión indispensable para cuestionar la época que nos ha tocado vivir apegándose a la realidad actual".
El papel del productor
"En realidad, mi lugar en Agat no es el de realizador. Me toca leer el 95% de los guiones que nos llegan. Digamos que soy productor toda la semana y que los domingos hago mis películas. En el fondo, creo que ser realizador no es un oficio. Hasta L’argent fait le bonheur (1992), yo no había vivido de mis películas, sino de mi dinero de productor. Mis películas las producen los otros cinco productores de Agat, ellos leen todas las versiones de mis guiones y buscan a los actores. No sé si soy un buen cineasta, pero sí sé que soy un buen productor. Es como el oficio de editor: orientar a los autores, seguir pistas para ellos, pero siempre partiendo de ellos. Se trata de saber escuchar bien. Saber acompañar una obra, ése es mi ideal de productor".
El otro cine de barrio
"Las películas más taquilleras no suelen contener un propósito universal interesante. Las películas de Fellini, que no rodó nunca fuera de Italia ni en una lengua que no fuera el italiano, son mucho más universales. En realidad, las películas con mayor éxito de público son las más anodinas y chatas. Es la potencia económica de su difusión lo que las hace universales, no su contenido. Creo firmemente que solamente hay grandes propósitos cuando se cristalizan en las realidades particulares. Al definirme como ‘cineasta de barrio’ quería hacer hincapié en esta idea. Es una forma de oponerme a eso que se ha denominado ‘cine europeo’ y que no tiene mucho sentido para mí. Una manera de oponerme a toda forma de clasificación. El cine es cine y punto".
El colectivo
"Es demasiado duro trabajar aislado en un rincón. La verdad es que yo no sé hacer nada solo, me gustan las bandas. Cuando escribo, por ejemplo, necesito de la colaboración de otros para avanzar. Siempre tengo esta idea de tribu, de hacer las cosas junto a los amigos. En Agat todos los socios somos iguales, metemos todo en un bote común, tanto los éxitos como los fracasos. Se trata de un funcionamiento que tiene un sentido claro para nosotros: Agat es una empresa militante. Producimos películas contra el mercado, para cambiarlo. Cada película que producimos es una pequeña cooperativa en la que se comparte todo. El colectivo nos ofrece la libertad de no tener que rendir cuentas más que ante aquellos que lo componen".
Defensa de la diversidad
"Todo poder soporta mal las diferencias. Los modos de consumo en las sociedades occidentales son idénticos y tienden a crear un tipo único de consumidor medio. Pasolini ya habló de esto en los años sesenta. Se trata de hacer pasar a todo el mundo por una historia que es la misma para todos, y que está dominada por los grupos que ostentan el poder. Pasolini llamó a ese proceso de centralización progresiva ‘el nuevo fascismo’. En este sentido, creo que la función de un cineasta debe ser meter el dedo en la diferencia, en las dudas y las contradicciones, no producir nunca imágenes a la moda. En Agat alimentamos el culto a la diversidad y el principio de la no jerarquía de géneros. En nuestro trabajo entre lo real y lo imaginario, esta diversidad ofrece una dimensión indispensable para cuestionar la época que nos ha tocado vivir apegándose a la realidad actual".
El papel del productor
"En realidad, mi lugar en Agat no es el de realizador. Me toca leer el 95% de los guiones que nos llegan. Digamos que soy productor toda la semana y que los domingos hago mis películas. En el fondo, creo que ser realizador no es un oficio. Hasta L’argent fait le bonheur (1992), yo no había vivido de mis películas, sino de mi dinero de productor. Mis películas las producen los otros cinco productores de Agat, ellos leen todas las versiones de mis guiones y buscan a los actores. No sé si soy un buen cineasta, pero sí sé que soy un buen productor. Es como el oficio de editor: orientar a los autores, seguir pistas para ellos, pero siempre partiendo de ellos. Se trata de saber escuchar bien. Saber acompañar una obra, ése es mi ideal de productor".
El otro cine de barrio
"Las películas más taquilleras no suelen contener un propósito universal interesante. Las películas de Fellini, que no rodó nunca fuera de Italia ni en una lengua que no fuera el italiano, son mucho más universales. En realidad, las películas con mayor éxito de público son las más anodinas y chatas. Es la potencia económica de su difusión lo que las hace universales, no su contenido. Creo firmemente que solamente hay grandes propósitos cuando se cristalizan en las realidades particulares. Al definirme como ‘cineasta de barrio’ quería hacer hincapié en esta idea. Es una forma de oponerme a eso que se ha denominado ‘cine europeo’ y que no tiene mucho sentido para mí. Una manera de oponerme a toda forma de clasificación. El cine es cine y punto".
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