20.LDNM
- Ene-Feb 2006
Cómic
Malas ventas. Una rebanada de vida
Guillermo Zapata
“Como hago cómics con mucha carga de diálogos, tiendo a dibujar un montón de viñetas que sólo muestran a los personajes de los hombros para arriba, como si fueran ‘bustos parlantes’. Leí una entrevista a un dibujante que comentaba que también tenía este problema, así que se obligaba a mostrar los pies de los personajes al menos una vez por página”. Quien habla es el dibujante Alex Robinson, autor de Malas ventas, un retrato coral de un grupo de jóvenes treintañeros de Nueva York. Sus palabras vienen a ser una metáfora perfecta de su trabajo.
A mediados de los años noventa se empezó a publicar lo que casi siete años después se convertiría en Malas ventas: un retrato coral (aunque centrado principalmente en dos personajes) de jóvenes treintañeros y residentes en Nueva York que nos van acercando a su vida, sus conflictos afectivos, laborales, familiares, etc. Para buena parte de la crítica, resultó fácil la comparación tanto con el cine independiente à la Sundance como con la recién estrenada Friends: nada más lejos de la realidad. “La verdad es que nunca he visto Friends, aunque todo el mundo la compara con Malas ventas”, dice el propio Robinson. “Como casi todos los americanos, crecí viendo la tele, lo que implica cientos y cientos de horas de comedias de televisión, así que supongo que es inevitable que algo de ello haya influido en mi trabajo”.
Robinson, sin embargo, consigue ir mucho más allá. Supera la barrera puramente existencial y narcisista del cine indy tipo Reality Bites y escapa con inteligencia del aire de triunfadores (aun en la derrota) de los personajes de Friends y tantas otras telecomedias, situándose en un espacio extraño, muy personal y a la vez compartible por cualquiera. Un espacio habitado por personajes de tres dimensiones y sentimientos de carne y hueso.
Robinson construye sus historias desde ángulos muy distintos; tanto, que es difícil no sentir por los personajes sensaciones encontradas. Malas ventas no tiene un final feliz, ni triste, ni nada. Como la vida, pasa con toda su complejidad, golpea en cualquier momento y sigue adelante, dejando claro que uno no es más que una pequeña parte de la misma.
Aún así, es imposible no empatizar con cada uno de los personajes, desde Sherman (semi alter ego del escritor y dibujante), atrapado en su incapacidad para madurar, a Flavor (quizás el personaje más completo), pasando por Stephen y Ed, mejor amigo de Sherman y dibujante de cómics frustrado que poco a poco irá tomando protagonismo en el relato. El tratamiento que reciben los personajes femeninos de la obra no es diferente: aristas, complejidad, dobles lecturas, profundidad, etc. Tanto que Malas ventas es uno de esos extraños casos en el noveno arte en los que el público femenino es casi mayoritario.
En el aspecto narrativo, Robinson se reconoce deudor de Dave Sim, autor clave de la narrativa del medio y creador de Cerebus, uno de los mejores personajes del cómic independiente: “Sim ha hecho experimentos similares en las páginas de Cerebus. Una vez le envíe un número de Malas ventas de la edición de Antarctic Press disculpándome en plan de broma por haberle copiado tantas veces. Se lo tomó bastante bien, me dijo que no le copiaba, que todo eso era parte del lenguaje del cómic”.
En un elegante blanco y negro, Malas ventas tiene una de las narrativas más potentes del cómic independiente norteamericano. Las herramientas que Robinson despliega son muchas, variadas y tremendamente efectivas. Desde viñetas con los márgenes completamente definidos a espacios blancos que componen el espacio narrativo. En algunos casos llega incluso a plantear como viñeta el propio espacio físico dibujado y compartimentado. En otras ocasiones, la página se llena de texto dejando de lado la imagen, o al contrario. Robinson muestra viñetas y viñetas mudas, tan sólo con la expresión del personaje o, en uno de los casos más dramáticos, narra en una colección de viñetas que ocupan una página la vida de un personaje a lo largo de varios años.
Una de las señas de identidad de Malas Ventas desde el punto de visa gráfico son los espacios que funcionan como digresiones narrativas en las que el autor le plantea a sus personajes preguntas de su vida privada o cotidiana y deja que ellos respondan colocándolos en varias viñetas con un fondo negro y dialogando directamente con el narrador. De esta manera se consiguen interesantes cambios rítmicos así como una mayor profundización en la vida de los personajes.
El texto de Robinson está plagado de referencias culturales. Leer Malas ventas es un prodigio de búsqueda e intertextualidad: letras de canciones, citas de películas, discusiones sobre personajes históricos (el propio Robinson es un gran aficionado a la historia, especialmente la de EE UU), estudios sobre grandes feministas del siglo XIX en formato cómic y, por supuesto, la propia industria del noveno arte, representada por Zoom Comics y el personaje de Irving Flavor.
Esta constante referencia cultural tiene como objetivo dotar de realismo y tridimensionalidad a las historias del Nueva York del que habla Robinson. La constante necesidad de situar a sus personajes en la realidad para conferir verosimilitud a la historia lleva al autor a mostrar una densidad cultural atravesada por el consumo, la cultura pop, el mainstream, etc.
Son señas de identidad que también comparte con el cine independiente de los noventa pero, de nuevo, Robinson va mucho más allá, consiguiendo una historia personal y radicalmente distinta a la autocomplacencia que destilan los peores títulos del festival de Sundance. En su caso, con una vertiente autobiográfica muy marcada por interesantes referencias sociopolíticas y por una completa fidelidad hacia sus personajes, dotando a los finales de las historias de un realismo (y una amargura) envidiable.
Una parte de la cultura popular norteamericana se ha puesto de acuerdo en ofrecernos visiones light y superficiales del día a día, convirtiendo la compra en el supermercado en un prodigio épico, ante la imposibilidad de encontrar conflictos sociales y humanos a la altura de los tiempos. Malas ventas parte de ahí para construir un relato humano y real de la soledad, la amistad, la madurez y la vida en las grandes ciudades de una generación marcada por la desorientación afectiva y la absoluta falta de referentes. Sin ningún regodeo, desde abajo. Sin juicio, pero sin compasión ante sus debilidades y sus mezquindades. Malas ventas es, efectivamente, un pedazo de vida, pero vida de verdad. No un sucedáneo simpático con personajes que parecen no venir de ningún sitio y no ir a ninguna parte.
Robinson, sin embargo, consigue ir mucho más allá. Supera la barrera puramente existencial y narcisista del cine indy tipo Reality Bites y escapa con inteligencia del aire de triunfadores (aun en la derrota) de los personajes de Friends y tantas otras telecomedias, situándose en un espacio extraño, muy personal y a la vez compartible por cualquiera. Un espacio habitado por personajes de tres dimensiones y sentimientos de carne y hueso.
Robinson construye sus historias desde ángulos muy distintos; tanto, que es difícil no sentir por los personajes sensaciones encontradas. Malas ventas no tiene un final feliz, ni triste, ni nada. Como la vida, pasa con toda su complejidad, golpea en cualquier momento y sigue adelante, dejando claro que uno no es más que una pequeña parte de la misma.
Aún así, es imposible no empatizar con cada uno de los personajes, desde Sherman (semi alter ego del escritor y dibujante), atrapado en su incapacidad para madurar, a Flavor (quizás el personaje más completo), pasando por Stephen y Ed, mejor amigo de Sherman y dibujante de cómics frustrado que poco a poco irá tomando protagonismo en el relato. El tratamiento que reciben los personajes femeninos de la obra no es diferente: aristas, complejidad, dobles lecturas, profundidad, etc. Tanto que Malas ventas es uno de esos extraños casos en el noveno arte en los que el público femenino es casi mayoritario.
En el aspecto narrativo, Robinson se reconoce deudor de Dave Sim, autor clave de la narrativa del medio y creador de Cerebus, uno de los mejores personajes del cómic independiente: “Sim ha hecho experimentos similares en las páginas de Cerebus. Una vez le envíe un número de Malas ventas de la edición de Antarctic Press disculpándome en plan de broma por haberle copiado tantas veces. Se lo tomó bastante bien, me dijo que no le copiaba, que todo eso era parte del lenguaje del cómic”.
En un elegante blanco y negro, Malas ventas tiene una de las narrativas más potentes del cómic independiente norteamericano. Las herramientas que Robinson despliega son muchas, variadas y tremendamente efectivas. Desde viñetas con los márgenes completamente definidos a espacios blancos que componen el espacio narrativo. En algunos casos llega incluso a plantear como viñeta el propio espacio físico dibujado y compartimentado. En otras ocasiones, la página se llena de texto dejando de lado la imagen, o al contrario. Robinson muestra viñetas y viñetas mudas, tan sólo con la expresión del personaje o, en uno de los casos más dramáticos, narra en una colección de viñetas que ocupan una página la vida de un personaje a lo largo de varios años.
Una de las señas de identidad de Malas Ventas desde el punto de visa gráfico son los espacios que funcionan como digresiones narrativas en las que el autor le plantea a sus personajes preguntas de su vida privada o cotidiana y deja que ellos respondan colocándolos en varias viñetas con un fondo negro y dialogando directamente con el narrador. De esta manera se consiguen interesantes cambios rítmicos así como una mayor profundización en la vida de los personajes.
El texto de Robinson está plagado de referencias culturales. Leer Malas ventas es un prodigio de búsqueda e intertextualidad: letras de canciones, citas de películas, discusiones sobre personajes históricos (el propio Robinson es un gran aficionado a la historia, especialmente la de EE UU), estudios sobre grandes feministas del siglo XIX en formato cómic y, por supuesto, la propia industria del noveno arte, representada por Zoom Comics y el personaje de Irving Flavor.
Esta constante referencia cultural tiene como objetivo dotar de realismo y tridimensionalidad a las historias del Nueva York del que habla Robinson. La constante necesidad de situar a sus personajes en la realidad para conferir verosimilitud a la historia lleva al autor a mostrar una densidad cultural atravesada por el consumo, la cultura pop, el mainstream, etc.
Son señas de identidad que también comparte con el cine independiente de los noventa pero, de nuevo, Robinson va mucho más allá, consiguiendo una historia personal y radicalmente distinta a la autocomplacencia que destilan los peores títulos del festival de Sundance. En su caso, con una vertiente autobiográfica muy marcada por interesantes referencias sociopolíticas y por una completa fidelidad hacia sus personajes, dotando a los finales de las historias de un realismo (y una amargura) envidiable.
Una parte de la cultura popular norteamericana se ha puesto de acuerdo en ofrecernos visiones light y superficiales del día a día, convirtiendo la compra en el supermercado en un prodigio épico, ante la imposibilidad de encontrar conflictos sociales y humanos a la altura de los tiempos. Malas ventas parte de ahí para construir un relato humano y real de la soledad, la amistad, la madurez y la vida en las grandes ciudades de una generación marcada por la desorientación afectiva y la absoluta falta de referentes. Sin ningún regodeo, desde abajo. Sin juicio, pero sin compasión ante sus debilidades y sus mezquindades. Malas ventas es, efectivamente, un pedazo de vida, pero vida de verdad. No un sucedáneo simpático con personajes que parecen no venir de ningún sitio y no ir a ninguna parte.
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