23.LDNM
- Ene-Abr 2007
Libros
Antonio Ferres.
La poética de la realidad
César Rendueles
Fotos: txo!?
Antonio Ferres consta en los manuales de historia de la literatura española como el autor de un libro, La piqueta, considerado pionero del “realismo social”, posiblemente la corriente literaria más –y más injustamente– denostada del pasado siglo. En realidad Ferres es un corredor de fondo que nunca ha dejado de escribir novela, ensayo y poesía y que, a sus ochenta y dos años, acaba de publicar Crónica de amor de un fabricante de perfumes.
En los últimos tiempos se está produciendo una tímida recuperación de escritores de tu generación que habían quedado un tanto arrinconados. Estoy pensando en tu propio caso, pero también en Ramiro Pinilla o en Jesús López Pacheco...
El caso de López Pacheco es más triste porque el pobre murió sin ver cómo se reeditaban sus obras. Le conocí de joven, cuando los dos militábamos en el Partido Comunista, y le quise mucho. De hecho, está presente de distintas maneras en mis libros. Por ejemplo, en Memorias de un hombre perdido hay un capítulo en el que los dos vamos a buscar a un compañero que está escondido. También aparece indirectamente en Crónica de amor de un fabricante de perfumes. Al final hay un epílogo que escribe en 2005 la hija del protagonista, quien recuerda que de niña estuvo en el despacho de un abogado laboralista en el que había un cartel de un tranvía –un medio de transporte que tiene mucha importancia en esta novela– de la época de Estampa Popular con un poema de López Pacheco titulado “Oda al tranvía”. Se trata de un poema real que no transcribí porque no es ni mucho menos de lo mejor de Pacheco, que tiene cosas buenísimas.
Y, en tu caso, ¿a qué crees que se debe esta reaparición pública?
Pues, modestia aparte, probablemente a que lo mío es bueno, o al menos así lo ha entendido gente como Javier Santillán [director de la editorial Gadir] que está haciendo un gran esfuerzo por recuperar estos libros. Tal vez habría que formular la pregunta al revés. ¿Por qué quedan relegados de forma inesperada ciertos escritos? Armando [López Salinas] y yo publicamos Caminando por las Hurdes en Les Temps Modernes, de aquella una de las revista más importantes del mundo, dirigida por Sartre. ¿Cómo no se reedita un texto que ha salido en esa revista? En general, el desarrollo político del país ha hecho que no se vea bien hablar de ciertas cosas que, por el contrario están muy presentes en mis libros. El protagonista de mi última novela, por ejemplo, está empleado en una fábrica química en la que yo trabajé realmente un mes o dos. Tuve tiempo de ver cómo el director decidía sustituir a los obreros por guardias civiles: un disparate muy representativo del disparate que era España. Aunque Crónica... es una novela de amor, está enteramente recorrida por el recuerdo de la dictadura. Por ejemplo en la parte final del libro desempeña un papel importante un cuadro que está en el Museo del Prado titulado Auto de Fe, de Francisco Ricci. En efecto, este país nunca ha abandonado la estela de la Inquisición. Por eso los personajes de mi última novela se exilian, y me parece muy acertado por su parte no volver a este país de todos los demonios. De todos modos, no le doy mayor importancia al asunto de mi presencia pública. Yo de joven solía decir que el éxito no consiste en los premios o en entrar en esa Academia que tenemos, que ni siquiera es capaz de hacer un diccionario a derechas. No, el éxito es que una chavala estupenda en una playa cualquiera esté leyendo tu libro y que le guste y que llore o que ría. Y si encima la conoces, mejor aún.
Has mencionado el exilio de los protagonistas de tu última novela. Tú también te fuiste de España, ¿lo hiciste por motivos políticos? Lo hice por miedo, entre otras cosas. Aunque siempre conservé el pasaporte y volvía todos los veranos, veía a los amigos... Nunca pedí la nacionalidad estadounidense, pese a que tenía una plaza de profesor y posiblemente me la hubiesen concedido. Es un poco una broma eso de irse, cuando en realidad no se queda nadie. Aquí la derecha es tan terrible que borra el pasado y, si no, lo falsea.
En cualquier caso, la política siempre ha desempeñado un papel importante en tus novelas...
Mira, hace ya años publiqué un artículo riéndome de alguien que decía que en una reunión del PEN Club que iba a tener lugar en Barcelona no debía hablarse castellano, sino sólo catalán e inglés, porque el castellano era una lengua imperialista. En el artículo contaba la siguiente historia. Me ocurrió dando clase en una Universidad americana, eran los últimos días de curso en una clase llena de alumnas y con un sólo alumno, un chicano que se apellidaba Echevarría y que me pidió permiso para dirigirse al resto de estudiantes. Les dijo que era norteamericano como ellas, pues había nacido en Texas, pero que cuando era pequeño a menudo los maestros le pegaban por hablar español. Yo le dije que aquello me recordaba la historia de un cura vasco, que seguramente debía ser de ETA, al que conocí en 1965, en el Congreso Mundial de la Paz de Helsinki. Aquel cura me contó que de pequeño sus maestros le pegaban para que hablara castellano, porque en el caserío donde vivía no hablaban más que vasco. Así que le dije a mi alumno: “Mire qué curioso, usted se llama Echevarría, si su familia se queda en España le pegan por no hablar castellano y si viene usted aquí le pegan por hablarlo. Lo cual demuestra que al pobre le pegan en todas partes. Le pegan por pobre”. Yo he sido y sigo siendo de los de la Internacional. Que se cante en chino pero que se cante la Internacional, que acaba diciendo que la Tierra es la patria de la Humanidad.
¿Tienes buenos recuerdos de Estados Unidos?
Buenos y malos. Ayer vi una película muy buena, Palíndromos, que describe muy bien el proceso de descerebramiento que ha vivido ese país: el bueno es tonto, el tonto es retonto, el listo es tonto... Y, sin embargo, yo he conocido gente que no era así. Cuando llegué, la primera persona que conocí allí fue Domingo Ricart, mi jefe de departamento en la Universidad de Kansas. Era un cuáquero republicano y catalanista que explicaba a Cervantes mejor que nadie. Él me llevó a la Fundación Menninger, donde iban los freudianos más importantes de EE UU. Allí había una sección de ayuda a la República. EE UU me interesó tanto como México, donde también fui profesor.
¿Siempre diste clase de literatura?
Sí, daba clase de teoría literaria. Yo no sabía nada del tema y tuve que empezar de cero. Daba clase en español a graduados, porque mi inglés era malo. Pero en América se aceptan estas cosas. En todo el continente se admite tradicionalmente que quien sabe hacer una cosa, es necesario. Al revés que aquí, que se considera que al que sabe hacer una cosa hay que quitarlo de en medio. También es cierto que las universidades estadounidenses son como invernaderos, apenas guardan relación con el resto de la sociedad. Se suele decir que buscan marxistas y radicales para adornar los claustros y dar imagen de pluralismo.
En la obra de varios escritores cercanos a ti se aprecia, a lo largo de los años, líneas estilísticas muy variadas que en algunos casos han conducido directamente a la novela experimental. Resulta curioso porque muchas veces se os ha criticado por vuestro supuesto sometimiento formal a cuestiones extraliterarias.
En un artículo reciente, uno de los críticos más importantes de este país decía que me había sentado mal mi paso por California y mi contacto con el budismo. Imagino que lo decía por La vorágine automática, una novela en la que se habla de experiencias con el ácido lisérgico y con la que buscaba una cosmología coherente que no fuera la actual. Trabajé muchísimo en ese libro. Pero enseguida encuentras a alguien que te dice “bah, todo eso del budismo...” Claro, como todos venimos del libro ese, de la Biblia, el budismo parece una diversión. Sin embargo, es algo que me ha acompañado durante muchos años. Mi compañera americana –una chica americana atea y muy inteligente que provenía de la América profunda– es monje budista; mi nieta mayor está ahora mismo en las faldas del Tíbet…
Permíteme que insista, ¿te sientes mal tratado por la crítica?
Este es un país de pequeños mandarines. Por ejemplo, de Los confines del reino no se publicó ni una sola crítica, ni buena ni mala, en ningún periódico de España. ¿Por qué? Pues porque los críticos andarían a otra cosa, hablando de los amigos, de los colegas, pero no de los escritores. Porque en España hay muy pocos escritores. Mucha gente se cree que es un oficio como el del farmacéutico, pero el escritor nace, es un artista, como el poeta. Existe la poética de la prosa. En cambio, cuando Debate publicó las Memorias de un hombre perdido, se publicaron bastantes reseñas, porque Debate forma parte de Random House Mondadori, una gran editorial que tiene capacidad para influir en los medios.
Has empezado a publicar poesía muy tarde, ¿por qué?
Un amigo, que ahora es una persona importante, dijo después de leer algún poema que debí escribir hace años: “Antonio, Dios no te ha llevado por el camino de la poesía”. La verdad es que comencé a escribir poesía en serio en los años noventa, aunque siempre ha estado presente en mi escritura y en mi vida. Como profesor he explicado mucha poesía, recuerdo que algunas veces mis compañeros leían mis apuntes de clase y me decían que debería escribir crítica poética. Los vencidos comienza con una poesía de Egito Gonçalves, luego sigue otra de Ángel González... Para mí eran como mis hermanos mayores. Siempre he sentido la poesía como una liberación.
El caso de López Pacheco es más triste porque el pobre murió sin ver cómo se reeditaban sus obras. Le conocí de joven, cuando los dos militábamos en el Partido Comunista, y le quise mucho. De hecho, está presente de distintas maneras en mis libros. Por ejemplo, en Memorias de un hombre perdido hay un capítulo en el que los dos vamos a buscar a un compañero que está escondido. También aparece indirectamente en Crónica de amor de un fabricante de perfumes. Al final hay un epílogo que escribe en 2005 la hija del protagonista, quien recuerda que de niña estuvo en el despacho de un abogado laboralista en el que había un cartel de un tranvía –un medio de transporte que tiene mucha importancia en esta novela– de la época de Estampa Popular con un poema de López Pacheco titulado “Oda al tranvía”. Se trata de un poema real que no transcribí porque no es ni mucho menos de lo mejor de Pacheco, que tiene cosas buenísimas.
Y, en tu caso, ¿a qué crees que se debe esta reaparición pública?
Pues, modestia aparte, probablemente a que lo mío es bueno, o al menos así lo ha entendido gente como Javier Santillán [director de la editorial Gadir] que está haciendo un gran esfuerzo por recuperar estos libros. Tal vez habría que formular la pregunta al revés. ¿Por qué quedan relegados de forma inesperada ciertos escritos? Armando [López Salinas] y yo publicamos Caminando por las Hurdes en Les Temps Modernes, de aquella una de las revista más importantes del mundo, dirigida por Sartre. ¿Cómo no se reedita un texto que ha salido en esa revista? En general, el desarrollo político del país ha hecho que no se vea bien hablar de ciertas cosas que, por el contrario están muy presentes en mis libros. El protagonista de mi última novela, por ejemplo, está empleado en una fábrica química en la que yo trabajé realmente un mes o dos. Tuve tiempo de ver cómo el director decidía sustituir a los obreros por guardias civiles: un disparate muy representativo del disparate que era España. Aunque Crónica... es una novela de amor, está enteramente recorrida por el recuerdo de la dictadura. Por ejemplo en la parte final del libro desempeña un papel importante un cuadro que está en el Museo del Prado titulado Auto de Fe, de Francisco Ricci. En efecto, este país nunca ha abandonado la estela de la Inquisición. Por eso los personajes de mi última novela se exilian, y me parece muy acertado por su parte no volver a este país de todos los demonios. De todos modos, no le doy mayor importancia al asunto de mi presencia pública. Yo de joven solía decir que el éxito no consiste en los premios o en entrar en esa Academia que tenemos, que ni siquiera es capaz de hacer un diccionario a derechas. No, el éxito es que una chavala estupenda en una playa cualquiera esté leyendo tu libro y que le guste y que llore o que ría. Y si encima la conoces, mejor aún.
Has mencionado el exilio de los protagonistas de tu última novela. Tú también te fuiste de España, ¿lo hiciste por motivos políticos? Lo hice por miedo, entre otras cosas. Aunque siempre conservé el pasaporte y volvía todos los veranos, veía a los amigos... Nunca pedí la nacionalidad estadounidense, pese a que tenía una plaza de profesor y posiblemente me la hubiesen concedido. Es un poco una broma eso de irse, cuando en realidad no se queda nadie. Aquí la derecha es tan terrible que borra el pasado y, si no, lo falsea.
En cualquier caso, la política siempre ha desempeñado un papel importante en tus novelas...
Mira, hace ya años publiqué un artículo riéndome de alguien que decía que en una reunión del PEN Club que iba a tener lugar en Barcelona no debía hablarse castellano, sino sólo catalán e inglés, porque el castellano era una lengua imperialista. En el artículo contaba la siguiente historia. Me ocurrió dando clase en una Universidad americana, eran los últimos días de curso en una clase llena de alumnas y con un sólo alumno, un chicano que se apellidaba Echevarría y que me pidió permiso para dirigirse al resto de estudiantes. Les dijo que era norteamericano como ellas, pues había nacido en Texas, pero que cuando era pequeño a menudo los maestros le pegaban por hablar español. Yo le dije que aquello me recordaba la historia de un cura vasco, que seguramente debía ser de ETA, al que conocí en 1965, en el Congreso Mundial de la Paz de Helsinki. Aquel cura me contó que de pequeño sus maestros le pegaban para que hablara castellano, porque en el caserío donde vivía no hablaban más que vasco. Así que le dije a mi alumno: “Mire qué curioso, usted se llama Echevarría, si su familia se queda en España le pegan por no hablar castellano y si viene usted aquí le pegan por hablarlo. Lo cual demuestra que al pobre le pegan en todas partes. Le pegan por pobre”. Yo he sido y sigo siendo de los de la Internacional. Que se cante en chino pero que se cante la Internacional, que acaba diciendo que la Tierra es la patria de la Humanidad.
¿Tienes buenos recuerdos de Estados Unidos?
Buenos y malos. Ayer vi una película muy buena, Palíndromos, que describe muy bien el proceso de descerebramiento que ha vivido ese país: el bueno es tonto, el tonto es retonto, el listo es tonto... Y, sin embargo, yo he conocido gente que no era así. Cuando llegué, la primera persona que conocí allí fue Domingo Ricart, mi jefe de departamento en la Universidad de Kansas. Era un cuáquero republicano y catalanista que explicaba a Cervantes mejor que nadie. Él me llevó a la Fundación Menninger, donde iban los freudianos más importantes de EE UU. Allí había una sección de ayuda a la República. EE UU me interesó tanto como México, donde también fui profesor.
¿Siempre diste clase de literatura?
Sí, daba clase de teoría literaria. Yo no sabía nada del tema y tuve que empezar de cero. Daba clase en español a graduados, porque mi inglés era malo. Pero en América se aceptan estas cosas. En todo el continente se admite tradicionalmente que quien sabe hacer una cosa, es necesario. Al revés que aquí, que se considera que al que sabe hacer una cosa hay que quitarlo de en medio. También es cierto que las universidades estadounidenses son como invernaderos, apenas guardan relación con el resto de la sociedad. Se suele decir que buscan marxistas y radicales para adornar los claustros y dar imagen de pluralismo.
En la obra de varios escritores cercanos a ti se aprecia, a lo largo de los años, líneas estilísticas muy variadas que en algunos casos han conducido directamente a la novela experimental. Resulta curioso porque muchas veces se os ha criticado por vuestro supuesto sometimiento formal a cuestiones extraliterarias.
En un artículo reciente, uno de los críticos más importantes de este país decía que me había sentado mal mi paso por California y mi contacto con el budismo. Imagino que lo decía por La vorágine automática, una novela en la que se habla de experiencias con el ácido lisérgico y con la que buscaba una cosmología coherente que no fuera la actual. Trabajé muchísimo en ese libro. Pero enseguida encuentras a alguien que te dice “bah, todo eso del budismo...” Claro, como todos venimos del libro ese, de la Biblia, el budismo parece una diversión. Sin embargo, es algo que me ha acompañado durante muchos años. Mi compañera americana –una chica americana atea y muy inteligente que provenía de la América profunda– es monje budista; mi nieta mayor está ahora mismo en las faldas del Tíbet…
Permíteme que insista, ¿te sientes mal tratado por la crítica?
Este es un país de pequeños mandarines. Por ejemplo, de Los confines del reino no se publicó ni una sola crítica, ni buena ni mala, en ningún periódico de España. ¿Por qué? Pues porque los críticos andarían a otra cosa, hablando de los amigos, de los colegas, pero no de los escritores. Porque en España hay muy pocos escritores. Mucha gente se cree que es un oficio como el del farmacéutico, pero el escritor nace, es un artista, como el poeta. Existe la poética de la prosa. En cambio, cuando Debate publicó las Memorias de un hombre perdido, se publicaron bastantes reseñas, porque Debate forma parte de Random House Mondadori, una gran editorial que tiene capacidad para influir en los medios.
Has empezado a publicar poesía muy tarde, ¿por qué?
Un amigo, que ahora es una persona importante, dijo después de leer algún poema que debí escribir hace años: “Antonio, Dios no te ha llevado por el camino de la poesía”. La verdad es que comencé a escribir poesía en serio en los años noventa, aunque siempre ha estado presente en mi escritura y en mi vida. Como profesor he explicado mucha poesía, recuerdo que algunas veces mis compañeros leían mis apuntes de clase y me decían que debería escribir crítica poética. Los vencidos comienza con una poesía de Egito Gonçalves, luego sigue otra de Ángel González... Para mí eran como mis hermanos mayores. Siempre he sentido la poesía como una liberación.
Crónica de amor de un fabricante de perfumes (Gadir, 2006)
Un joven conoce a una chica cerca de su trabajo. La pareja se enamora rápidamente, pero ocurre que ella es una novicia recluida en un convento en el que está obligada a vivir hasta los veintitrés años. Deciden fugarse juntos y emprender una nueva vida lejos de España. La gracia de la historia es que no transcurre en el siglo XVII, entre duelos de espada y guerras religiosas, sino a finales de los años cincuenta del siglo XX, mientras los rusos lanzaban el Sputnik y Elvis triunfaba en medio mundo. Crónica de amor de un fabricante de perfumes nos recuerda la intromisión en la intimidad cotidiana de una dictadura de curas rijosos, empresarios fulleros y verdugos uniformados que, por supuesto, nada tiene que ver con la España de la COPE, Marina D’Or y la valla de Ceuta.
Con las manos vacías (Viamonte, 2002)
Para muchos la mejor novela de Ferres. Publicada originalmente en 1966, Con las manos vacías es una reelaboración literaria del “crimen de Cuenca”, un caso real de dos campesinos manchegos que a principios del siglo XX fueron declarados culpables del asesinato de un pastor. El veredicto se basó enteramente en la confesión de los acusados, pues no existía la menor prueba material de su delito. Cuando, quince años después, salieron de la cárcel, la supuesta víctima reapareció y se demostró que la Guardia Civil había obtenido la confesión de culpabilidad mediante torturas. A partir de este suceso, Ferres construye una historia compleja, nada caricaturesca, con personajes de gran densidad y una trama elegante.
Caminando por las Hurdes (Gadir, 2006)
Este libro de viajes publicado por entregas en 1960 en Acento Cultural contribuyó en buena medida a forjar la leyenda negra de Las Hurdes. Dos comunistas caminando a pie por una zona de España que más bien parece el escenario de una pesadilla posnuclear. Caminando por las Hurdes, un libro cercano a Campos de Níjar, de Goytisolo, está escrito en un tono sobrio y periodístico –obligado por la censura– de lo más eficaz. Un auténtico antídoto contra las soflamas revisionistas que defienden las supuestas virtudes desarrollistas del franquismo.
Los confines del reino (Pre-Textos, 1997)
Los confines del reino se haya a medio camino entre los escritos más experimentales y difíciles de leer de Ferres y sus obras más realistas. Es una novela con numerosos elementos autobiográficos que se mueve con fluidez por escenarios, épocas y personajes muy distintos y que destila un cierto desencanto político: “No creo ya en la revolución. Reconozco mi desencanto, y mi insuficiencia para entregarme a ninguna causa humanitaria. No es desde luego ciego amor lo que me une a la tribu en la que vivo. (...) Mi desánimo mayor nace de la observación de los hombres uno a uno, cuando reconozco su torpeza – y la mía–, para dar un paso significativo en un posible desarrollo que debiera llamar espiritual si no me repugnase la palabra”.
Los vencidos (Gadir, 2005)
Una de las pocas novelas españolas que se atrevieron a contar la posguerra real y no un oscuro drama edípico acerca de un fratricidio nacional. Por supuesto, permaneció inédita en España hasta 2005, pese a que se escribió en 1960 y se publicaron traducciones al italiano, francés, alemán y neerlandés. Los vencidos es una historia coral de varios personajes del bando perdedor de la Guerra Civil: soldados presos, viudas de guerra, jóvenes que querrían retomar la lucha... Una de las mejores obras de Ferres.
Tierra de olivos (Gadir, 2004)
Otro libro de viajes, publicado originalmente en 1964. En esta ocasión es el periplo por el campo andaluz de un viajante comercial. Si en Caminando por las Hurdes se respira la tensión de una miseria épica, Tierra de olivos es una novela inevitablemente melancólica en su sobriedad: “Me he quedado solo. Voy en otro coche de línea, por tierra de vides y olivos, camino de Montilla. Queda atrás el pueblo de Espejo, con la silueta entera de su castillo encima. No puedo despegarme de esta sensación de vacío, a través de campos, de inacabables olivares, de pueblos grandes, insospechados, castillo en alto y fincas de pocos amos en las lomas y tierras calmas; a través de pueblos enormes –Córdoba y Jaén de punta a punta– replegados en sí mismos, sin que muchos de sus vecinos sepan más del campo que un forastero cualquiera recién llegado”.
Para seguir leyendo
La Piqueta (Viamonte, 2002); Memorias de un hombre perdido (Debate, 2002); Los años triunfales (Albia, 1978); El gran gozo (Planeta, 1979); La inmensa llanura no creada (Endymion, 2000); La desolada llanura (Gadir, 2005); La vorágine automática (Orígenes, 1986); Cuentos (Alianza, 1983)…
Un joven conoce a una chica cerca de su trabajo. La pareja se enamora rápidamente, pero ocurre que ella es una novicia recluida en un convento en el que está obligada a vivir hasta los veintitrés años. Deciden fugarse juntos y emprender una nueva vida lejos de España. La gracia de la historia es que no transcurre en el siglo XVII, entre duelos de espada y guerras religiosas, sino a finales de los años cincuenta del siglo XX, mientras los rusos lanzaban el Sputnik y Elvis triunfaba en medio mundo. Crónica de amor de un fabricante de perfumes nos recuerda la intromisión en la intimidad cotidiana de una dictadura de curas rijosos, empresarios fulleros y verdugos uniformados que, por supuesto, nada tiene que ver con la España de la COPE, Marina D’Or y la valla de Ceuta.
Con las manos vacías (Viamonte, 2002)
Para muchos la mejor novela de Ferres. Publicada originalmente en 1966, Con las manos vacías es una reelaboración literaria del “crimen de Cuenca”, un caso real de dos campesinos manchegos que a principios del siglo XX fueron declarados culpables del asesinato de un pastor. El veredicto se basó enteramente en la confesión de los acusados, pues no existía la menor prueba material de su delito. Cuando, quince años después, salieron de la cárcel, la supuesta víctima reapareció y se demostró que la Guardia Civil había obtenido la confesión de culpabilidad mediante torturas. A partir de este suceso, Ferres construye una historia compleja, nada caricaturesca, con personajes de gran densidad y una trama elegante.
Caminando por las Hurdes (Gadir, 2006)
Este libro de viajes publicado por entregas en 1960 en Acento Cultural contribuyó en buena medida a forjar la leyenda negra de Las Hurdes. Dos comunistas caminando a pie por una zona de España que más bien parece el escenario de una pesadilla posnuclear. Caminando por las Hurdes, un libro cercano a Campos de Níjar, de Goytisolo, está escrito en un tono sobrio y periodístico –obligado por la censura– de lo más eficaz. Un auténtico antídoto contra las soflamas revisionistas que defienden las supuestas virtudes desarrollistas del franquismo.
Los confines del reino (Pre-Textos, 1997)
Los confines del reino se haya a medio camino entre los escritos más experimentales y difíciles de leer de Ferres y sus obras más realistas. Es una novela con numerosos elementos autobiográficos que se mueve con fluidez por escenarios, épocas y personajes muy distintos y que destila un cierto desencanto político: “No creo ya en la revolución. Reconozco mi desencanto, y mi insuficiencia para entregarme a ninguna causa humanitaria. No es desde luego ciego amor lo que me une a la tribu en la que vivo. (...) Mi desánimo mayor nace de la observación de los hombres uno a uno, cuando reconozco su torpeza – y la mía–, para dar un paso significativo en un posible desarrollo que debiera llamar espiritual si no me repugnase la palabra”.
Los vencidos (Gadir, 2005)
Una de las pocas novelas españolas que se atrevieron a contar la posguerra real y no un oscuro drama edípico acerca de un fratricidio nacional. Por supuesto, permaneció inédita en España hasta 2005, pese a que se escribió en 1960 y se publicaron traducciones al italiano, francés, alemán y neerlandés. Los vencidos es una historia coral de varios personajes del bando perdedor de la Guerra Civil: soldados presos, viudas de guerra, jóvenes que querrían retomar la lucha... Una de las mejores obras de Ferres.
Tierra de olivos (Gadir, 2004)
Otro libro de viajes, publicado originalmente en 1964. En esta ocasión es el periplo por el campo andaluz de un viajante comercial. Si en Caminando por las Hurdes se respira la tensión de una miseria épica, Tierra de olivos es una novela inevitablemente melancólica en su sobriedad: “Me he quedado solo. Voy en otro coche de línea, por tierra de vides y olivos, camino de Montilla. Queda atrás el pueblo de Espejo, con la silueta entera de su castillo encima. No puedo despegarme de esta sensación de vacío, a través de campos, de inacabables olivares, de pueblos grandes, insospechados, castillo en alto y fincas de pocos amos en las lomas y tierras calmas; a través de pueblos enormes –Córdoba y Jaén de punta a punta– replegados en sí mismos, sin que muchos de sus vecinos sepan más del campo que un forastero cualquiera recién llegado”.
Para seguir leyendo
La Piqueta (Viamonte, 2002); Memorias de un hombre perdido (Debate, 2002); Los años triunfales (Albia, 1978); El gran gozo (Planeta, 1979); La inmensa llanura no creada (Endymion, 2000); La desolada llanura (Gadir, 2005); La vorágine automática (Orígenes, 1986); Cuentos (Alianza, 1983)…
2 comentarios a Antonio Ferres.
La poética de la realidad
1. «¡¡ FELICIDADES, Antonio!!
.- por toda tu carrera literia, y por tu obra.»
Dicho por daniel
el Tue 05-05-2009 10:54 (UTC)
2. «reall? wooow»
Dicho por film izle el Sat 03-04-2010 15:08 (UTC)
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