23.LDNM
- Ene-Abr 2007
Libros
Fuera de catálogo
Constantino Bértolo
Fernando Avalos: En plazo
Primera y única novela publicada por Fernando Avalos (Madrid, 1920–Brighton, 197?). En la solapilla de la contra se recogen la últimas publicaciones de la editorial: La ciudad de los muertos de Consuelo Álvarez, Homo Faber de Max Frisch, El profeta de Fernando Morán, La isla de Juan Goytisolo, Tormenta de verano de Juan García Hortelano, Año tras año de Armando López Salinas, La soledad del corredor de fondo de Allan Sillitoe, Un cielo difícilmente azul de Alfonso Grosso, Las batallas perdidas de Louis Guilloux. Ha pasado casi medio siglo desde entonces y algunos de estos nombres están en el limbo de los olvidados – como Fernando Avalos–, algunos ha alcanzado el cielo del canon –García Hortelano, Juan Goytisolo– y otros –López Salinas, Grosso– se encuentran en el purgatorio, más en el camino del infierno que del paraíso. Se dice entre los conspicuos y con reiteración y énfasis que el paso del tiempo es la mejor de las críticas y acaba por colocar con justicia a cada obra o autor en su sitio, si bien casi nadie se pregunta quiénes son los amos de ese tiempo que distribuye las jerarquías y presencias en ese supermercado que llamamos historia de la literatura. Allí donde la novela de Avalos es inencontrable y el nombre del autor aparece, si aparece, como una nota a pie de página en los manuales y manualillos al uso.
Novela que expresa el conflicto entre la construcción de la experiencia individual y el entorno social que la limita y delimita, argumentado con una trama convincente donde la carencia de dinero aprisiona las vidas e imaginarios de los distintos miembros de una familia “económicamente débil”. Escrita en clave de realismo objetivista, aun sin caer en la aparente neutralidad del nouveau roman, con certera y brillante utilización de los diálogos, del juego temporal y de los focos narrativos que los personajes ofrecen, es una novela que merecería, si otros fueran los detentadores de la Historia, ocupar un lugar en la constelación donde habitan con encomio títulos como Nuevas amistades o El Jarama. Quizá para entender su desahucio y desalojo de la historia de la literatura sea bueno fijar las circunstancias en que tuvo lugar su entrada. Y nada mejor que ceder la palabra a quien fuera su editor, Carlos Barral, y que por aquellos años alcanzaba la condición de amo y regente del tiempo literario: “Los novelistas imitadores de Gorki y de las traducciones argentinas de la generación norteamericana de la Gran Depresión, los pioneros del social-realismo, eran la infantería ideal para las batallas destinadas a conquistar como grupo y como generación nuestro lugar en el sol”. Infantería ideal, carne de cañón. “Nuestro grupo”, es decir, los herederos de la burguesía vencedora en la contienda civil necesitados para su legitimación y homologación europea de recibir en sus casas a los escritores comprometidos con la derrota. Barral y su capataz Castellet llegaban a Madrid en busca urgente de un obrero escritor que echarse al catálogo, comenta un autor de la época. Encontraron, entre otros, a Fernando Avalos, hijo de un oficial republicano fusilado, dependiente en una tienda de zapatos, militante comunista que pronto emigraría a Londres en busca de un paisaje menos ruin para fallecer en el olvido en la década de los setenta. Ya por entonces los señoritos de la socialdemocracia bien instalados en el poder y en las dulces contradicciones entre la vida interior y el patrimonio no necesitaban de aquella literatura que ahora condenaban por ajena mientras reclamaban, consumían y exigían una escritura “más compleja”, con “más clase”, sin olor a berza.
Novela que expresa el conflicto entre la construcción de la experiencia individual y el entorno social que la limita y delimita, argumentado con una trama convincente donde la carencia de dinero aprisiona las vidas e imaginarios de los distintos miembros de una familia “económicamente débil”. Escrita en clave de realismo objetivista, aun sin caer en la aparente neutralidad del nouveau roman, con certera y brillante utilización de los diálogos, del juego temporal y de los focos narrativos que los personajes ofrecen, es una novela que merecería, si otros fueran los detentadores de la Historia, ocupar un lugar en la constelación donde habitan con encomio títulos como Nuevas amistades o El Jarama. Quizá para entender su desahucio y desalojo de la historia de la literatura sea bueno fijar las circunstancias en que tuvo lugar su entrada. Y nada mejor que ceder la palabra a quien fuera su editor, Carlos Barral, y que por aquellos años alcanzaba la condición de amo y regente del tiempo literario: “Los novelistas imitadores de Gorki y de las traducciones argentinas de la generación norteamericana de la Gran Depresión, los pioneros del social-realismo, eran la infantería ideal para las batallas destinadas a conquistar como grupo y como generación nuestro lugar en el sol”. Infantería ideal, carne de cañón. “Nuestro grupo”, es decir, los herederos de la burguesía vencedora en la contienda civil necesitados para su legitimación y homologación europea de recibir en sus casas a los escritores comprometidos con la derrota. Barral y su capataz Castellet llegaban a Madrid en busca urgente de un obrero escritor que echarse al catálogo, comenta un autor de la época. Encontraron, entre otros, a Fernando Avalos, hijo de un oficial republicano fusilado, dependiente en una tienda de zapatos, militante comunista que pronto emigraría a Londres en busca de un paisaje menos ruin para fallecer en el olvido en la década de los setenta. Ya por entonces los señoritos de la socialdemocracia bien instalados en el poder y en las dulces contradicciones entre la vida interior y el patrimonio no necesitaban de aquella literatura que ahora condenaban por ajena mientras reclamaban, consumían y exigían una escritura “más compleja”, con “más clase”, sin olor a berza.
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