Uno de los grandes logros de “la transición” fue vaciar los artefactos culturales de cualquier tipo de contenido político. Bien, en un principio, películas como la recién estrenada Salvador, biopic sobre el activista Salvador Puig Antich, último ejecutado del franquismo a garrote vil, estarían destinadas a romper esta dinámica. O al menos eso es lo que parecía. No obstante, Salvador no sólo no va a arreglar desaguisados culturales pasados sino que representa una nueva vuelta de tuerca del engendro: la cultura no se debe meter en política ¡ni cuando hable de política!
En efecto, si por algo destaca la película de Manuel Huerga es por su indudable habilidad para hacer el más difícil todavía: una película histórico/política sin contexto histórico/político. Así, a falta de mayores explicaciones sobre las causas que llevaron a Salvador Puig Antich a adoptar la acción política radical (más allá de dos o tres lugares comunes sobre el antifranquismo), el director convierte a Salvador y a sus compañeros de lucha en unos atracadores de bancos súper bellos llegados de ninguna parte (están tan monos con sus chupas, sus fuscos y sus barbas de tres días que por momentos parecen salidos de una campaña de Calvin Klein sobre “Moda y guerrilla urbana”).
Así, resignados a presenciar el enésimo retrato aguado sobre los últimos años del franquismo, el espectador se ve obligado a centrarse en aspectos periféricos de la historia: (más…)
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